miércoles, 18 de octubre de 2017



Una nube





Una nube. Una nube gris sobrevolando el centro de Europa, como una amenaza fatal sobre las conciencias del viejo continente. Una nube o piedra o roca como una obsesión fija o un pensamiento inquisidor. 

Un sombrero inmenso con forma de nube o una nube inmensa con forma de sombrero. 

Una nube gris como una sombra terrestre.

Era muy claro, el sueño. Una nube avanzaba despacio sobre un paisaje con árboles al fondo. Engullía lo que encontraba a su paso: cualquier objeto, cualquier persona, cualquier lugar. Popo a poco iban cediendo, seducidos por el polvo ceniza de la nube, las montañas, los edificios, los rascacielos más altos... Nada -ni nadie- podría haberla detenido. Y así lo comprendieron cuantos hubiesen querido poner obstáculos a su avanzadilla de ángel de exterminio: ministros, militares, diestros malabaristas, gigantes y cabezudos...

Una nube procedente de lejanas ínsulas extrañas.

La nube no tenía un objetivo preciso. Existía por existir, como vive la imagen de una ilusión en la mente de un niño; como existe el árbol en la dehesa; como existe el deseo en el cuerpo encendido de un adolescente.

Yo la veía -la nube-, en el sueño, simular la figura de un gran insecto. 



[Imagen: Dibujo del pintor Gonzalo González]

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