viernes, 3 de julio de 2015



Lírica umbilical de Laura Gherardi




Quizás nada deberíamos decir sobre una obra hecha con tan poco. Sobre esta delicada arquitectura erigida con endebles papeles y frágiles atributos, con lo que sobra de cualquier contienda del espíritu o con los restos de todas las cosas, si es que algo queda después de todo.  

Los papeles de Laura Gherardi: prendas de vestir a medio vestir, como sábanas tendidas que el viento zarandea en volandas hacia ninguna parte.

Por la mañana, junto a tu mesa de trabajo, con tus tijeras y tu gorro de invierno, la luz se ha cristalizado en diminutos copos de nieve, en cien partículas de un blanco roto, en cien manchas de un color indefinido.

Laura Gherardi arropada con la armadura del dragón. Vestida con los atributos de una amazona.  

Los papeles de Laura, llenos de manchas, arrugas, partículas solares.  Maculaturas, lo mismo que cicatrices horadando la piel que aún nos pertenece.

Laura Gherardi construye sus obras con los materiales más elementales. La artista perfora tejidos a los que somete a múltiples manipulaciones y quemaduras. Sus figuras de papel se nutren de manchas y cicatrices; de heridas al rojo vivo camufladas bajo la piel o la carne. Al igual que el poeta portugués Al Berto, la artista Laura Gherardi ordena sus papales con un tigre prodigioso clavado en los hombros.

Las figuras que nunca imaginaste. Las más imprevisibles apariciones. Lo mismo que objets trouvés sobre los manteles de papel de los restaurantes, que orificios en máscaras de arcilla blanca: el vacío que queda en lugar de la cabeza, de los ojos, de las manos.


El corazón de un ciervo sacrificado como coartada para ocultar en el bosque a la hermosa Blancanieves.


El cuerpo vencido.


No existen concesiones, pues no puede haberlas. En la obra de Laura Gherardi hay una huida de la belleza formal, estética; una fuga por la que sólo es posible entrever un paisaje de escombros, de venas y sedimentos orgánicos al fondo: partículas, eyaculaciones, mutilaciones, manchas, cartílagos, tegumentos de la carne al festín de la insolación. Y el delirio infinito de un ángel de alas negras.

Quemaduras, pórticos, arterias, quemaduras, pájaros de ceniza revoloteando en la memoria extinta del niño que fuimos. 

Todo lo de Laura es casi nada: papeles rasgados, pliegues por donde han ido deambulando medios seres, machangos, hipogrifos, luciérganas, figuras a vuelapluma; el derecho de asilo de una golondrina sobre tu corazón.

Todo lo que quieras ver lo encontrarás en estos pergaminos escritos con barro, todo cuanto desees.

Los dibujos de Laura Gherardi están hechos con la cera de sus venas abiertas a la respiración ciega de las branquias de los peces del fondo, al espesor de las extremidades de treinta arácnidos fantasmas.




Los seres biomórficos de Laura Gherardi trepan por los muros de la casa hasta el techo, como sombras con vida proyectadas en la pared por el deseo y la memoria. Seres arácnidos, prolíficos, sometidos a múltiples mutaciones. Pero también cavidades que nos conducen a estancias por descubrir. Ventanas que se multiplican y figuras sin rostro que se vuelven vulnerables a nuestra mirada. 

Contemplo los dibujos de Laura Gherardi, palpo el movimiento de sístole y diástole de las garras de un ave, la multiplicación en fuga de una estrella, el chapoteo del hipónomo de un molusco suicida, el rumor de unos planetas de los que no consigo oír sino una confusa melodía al fondo de mí mismo.

Ni siquiera hay dibujo: sólo la silueta efímera de una envoltura, la ilusión de una presencia inexistente, los ojos entrevistos de alguien que despierta. Una muchacha que deja caer su pelo en el estanque y se entrega a las ondas del agua. 

Agujeros o impactos sobre la superficie; orificio umbilical por el que se escapa el tiempo hacia dónde. 

Laura, desapareces en el sueño de los otros, en nuestros sueños, cubierta de pieles de animales extraños.