sábado, 10 de enero de 2015


Muerte y Resurrección de Carlos Rivero




Carlos Rivero ha muerto cien veces, y otras cien ha resucitado. Su pintura ha descendido muy abajo en el lodo, y sus manos se han sentado, cual Lázaro, a la mesa del retorno. Sus pinceles han probado la fruta incendiaria de la alucinación.

Al visitar el estudio del artista o al acudir a sus últimas exposiciones caemos en la cuenta de hasta qué punto su pintura permanece siempre más allá de toda experiencia previsible, pues el caudal del que se nutren sus imágenes mana desde la tierra primitiva de un mundo obsesivo, mágico, tenebroso y oscuro. El pintor es un visionario capaz de traer hasta nuestra mirada imágenes sólo entrevistas en los sueños más imprevistos y angustiosos, o en las páginas de un libro de Gérard de Nerval.

Carlos Rivero o Le Christ aux oliviers.

Carlos Rivero, el pintor visionario, le revenant.

Carlos Rivero, le pecheur de Camaret.

Su pintura no es de este tiempo y, sin embargo, nunca antes un pintor fue tan nuestro como Carlos Rivero. ¿Cuál es, con todo, el tiempo de esta pintura?

De luces y de sombras. La obra de Carlos Rivero no pretende gustar a nadie; huye de la complacencia como aquél que teme la peste. Sus colores, malolientes, terrosos, macilentos, nacidos del vómito de la conciencia, muestran ante nuestros ojos la náusea y la podredumbre de los cuerpos. Pero también insinúan, con su llama doliente, nacida desde el fondo, las luces incandescentes de lo sagrado.

Carlos Rivero no conoce el presente. Su tiempo es otro; su pincel se nutre de otras imágenes. Sus manos modelan la arcilla del pasado; esculpen sobre piedra o trabajan con el barro extrañas figurillas de arcilla. Es el tiempo de los Faraones.




Carlos Rivero rodeado de sus vírgenes locas; sus heroínas, sus quimeras: Jemmy, Sylvie, Isis, Corilla, Octavie, Emilie, Angélique. Vírgenes locas; les filles du feu. Muchachas de cuellos indómitos, enhiestos, entre suspiros de santas y silbidos de sirenas; cabalgando sobre su pintura lo mismo que amazonas salvajes. 

Carlos Rivero, uno de los siete jinetes simbolistas de la pintura española reciente.

Carlos Rivero sabe muy bien lo que se tiene entre manos, aunque nunca sepa, en verdad, por qué sus manos pintan lo que pintan, por qué insisten una y otra vez en trazar personajes al límite de la conciencia, siempre en tránsito entre la presencia y la desaparición.  

Nos acercamos a sus obras como lo haría un ciego conducido por su joven lazarillo. En la pintura de Carlos Rivero hay siempre algo que permanece más allá, en un lugar al que nos ha sido vedado. Su pintura nunca acaba de entregarse por entero a la mirada de quien la contempla. De ahí que su obra posea esa pequeña cosa que fascina y que, a un tiempo, nos inquieta.




[Carlos Rivero, "Muerte y resurrección". BIBLI, C/La Rosa, 79. Santa Cruz de Tenerife - 05 de diciembre 2014 - 24 de enero 2015]