martes, 29 de septiembre de 2015


Carlos Rivero en su estudio, una de la madrugada.

 Carlos Rivero en su estudio, una de la madrugada. De un lado para el otro, mostrando sus pinturas obsesivamente; agachado junto a una silla roja o puesto en pie, hablando sin pausa, apartando lienzos de aquí y de allá; haciendo hueco en la acumulación que gobierna en su estudio. En compañía de las aves nocturnas.  




 




  

martes, 4 de agosto de 2015


03 de agosto
La sonrisa trazada en el aire por el vuelo de un pájaro.

viernes, 3 de julio de 2015



Lírica umbilical de Laura Gherardi




Quizás nada deberíamos decir sobre una obra hecha con tan poco. Sobre esta delicada arquitectura erigida con endebles papeles y frágiles atributos, con lo que sobra de cualquier contienda del espíritu o con los restos de todas las cosas, si es que algo queda después de todo.  

Los papeles de Laura Gherardi: prendas de vestir a medio vestir, como sábanas tendidas que el viento zarandea en volandas hacia ninguna parte.

Por la mañana, junto a tu mesa de trabajo, con tus tijeras y tu gorro de invierno, la luz se ha cristalizado en diminutos copos de nieve, en cien partículas de un blanco roto, en cien manchas de un color indefinido.

Laura Gherardi arropada con la armadura del dragón. Vestida con los atributos de una amazona.  

Los papeles de Laura, llenos de manchas, arrugas, partículas solares.  Maculaturas, lo mismo que cicatrices horadando la piel que aún nos pertenece.

Laura Gherardi construye sus obras con los materiales más elementales. La artista perfora tejidos a los que somete a múltiples manipulaciones y quemaduras. Sus figuras de papel se nutren de manchas y cicatrices; de heridas al rojo vivo camufladas bajo la piel o la carne. Al igual que el poeta portugués Al Berto, la artista Laura Gherardi ordena sus papales con un tigre prodigioso clavado en los hombros.

Las figuras que nunca imaginaste. Las más imprevisibles apariciones. Lo mismo que objets trouvés sobre los manteles de papel de los restaurantes, que orificios en máscaras de arcilla blanca: el vacío que queda en lugar de la cabeza, de los ojos, de las manos.


El corazón de un ciervo sacrificado como coartada para ocultar en el bosque a la hermosa Blancanieves.


El cuerpo vencido.


No existen concesiones, pues no puede haberlas. En la obra de Laura Gherardi hay una huida de la belleza formal, estética; una fuga por la que sólo es posible entrever un paisaje de escombros, de venas y sedimentos orgánicos al fondo: partículas, eyaculaciones, mutilaciones, manchas, cartílagos, tegumentos de la carne al festín de la insolación. Y el delirio infinito de un ángel de alas negras.

Quemaduras, pórticos, arterias, quemaduras, pájaros de ceniza revoloteando en la memoria extinta del niño que fuimos. 

Todo lo de Laura es casi nada: papeles rasgados, pliegues por donde han ido deambulando medios seres, machangos, hipogrifos, luciérganas, figuras a vuelapluma; el derecho de asilo de una golondrina sobre tu corazón.

Todo lo que quieras ver lo encontrarás en estos pergaminos escritos con barro, todo cuanto desees.

Los dibujos de Laura Gherardi están hechos con la cera de sus venas abiertas a la respiración ciega de las branquias de los peces del fondo, al espesor de las extremidades de treinta arácnidos fantasmas.




Los seres biomórficos de Laura Gherardi trepan por los muros de la casa hasta el techo, como sombras con vida proyectadas en la pared por el deseo y la memoria. Seres arácnidos, prolíficos, sometidos a múltiples mutaciones. Pero también cavidades que nos conducen a estancias por descubrir. Ventanas que se multiplican y figuras sin rostro que se vuelven vulnerables a nuestra mirada. 

Contemplo los dibujos de Laura Gherardi, palpo el movimiento de sístole y diástole de las garras de un ave, la multiplicación en fuga de una estrella, el chapoteo del hipónomo de un molusco suicida, el rumor de unos planetas de los que no consigo oír sino una confusa melodía al fondo de mí mismo.

Ni siquiera hay dibujo: sólo la silueta efímera de una envoltura, la ilusión de una presencia inexistente, los ojos entrevistos de alguien que despierta. Una muchacha que deja caer su pelo en el estanque y se entrega a las ondas del agua. 

Agujeros o impactos sobre la superficie; orificio umbilical por el que se escapa el tiempo hacia dónde. 

Laura, desapareces en el sueño de los otros, en nuestros sueños, cubierta de pieles de animales extraños.


domingo, 14 de junio de 2015





13 de junio
Nada de lo que pueda decir o escribir sobre esta mañana tendría sentido. Nada que no fuera salir de la casa y mezclarme entre los matorrales para escuchar el canto de los insectos silvestres o sentir la humedad del rocío sobre tabaibas y cardones respirándolo todo hasta que la pureza del aire rasgue mi garganta con diminutos filamentos de polen y el olor de las retamas en flores blancas tiñan la montaña de curiosos pompones de nieve florida.





domingo, 5 de abril de 2015


Lecturas de la piel






Piedras preciosas sobre sábanas vivas, gotas de luz violada sobre el papel.

Así son las últimas acuarelas de Karina Beltrán, Leer la piel, serie de la que pueden encontrarse algunas piezas en el espacio de diseño y arte BIBLI [calle de la Rosa, 79, Santa Cruz de Tenerife] hasta el próximo 23 de mayo.

Las acuarelas de Leer la piel han ido tejiendo el paisaje de una intimidad, han abierto la puerta a un jardín bordado de colores vivos, como rocío de arcoiris precipitado sobre todas las cosas.

No los pigmentos plenos, sino la anunciación de los colores; las partículas veladas, las insinuaciones del ojo cual leves lágrimas de vida caídas sobre el papel.

Karina Beltrán juega a los cromos sobre acuarelas bordadas.

Leer la piel con los ojos bien abiertos como quien busca huellas, maculaturas o lunares sobre los nervios de sus manos, como quien traza signos diminutos, leves parpadeos del sol sobre el papel pintado.

Salpicaduras celestes.

Cosmogramas o fantasías de las esferas las llamaría Louise Janin.

Si fuera un libro abierto las páginas de esta pintura evocarían, al hilo de los días, el recuerdo de las luces de un verano en Estambul. Pero también sabría contarnos el relato de un asombro: el de una niña que juega a encontrar piedrecillas de colores en las aguas de un charco verde con diminutas figuras de colores esmeralda en el fondo.

Granos, migajas, hilos, tegumentos, uñas de dragón, notas musicales sobre una partituras de piedras preciosas.

Vivir bajo el asombro: reconstruir a lápiz el tránsito de un diminuto cometa sobre el papel, los círculos concéntricos del vuelo de un insecto sobre tu cabeza, la trayectoria suicida de una estrella innominada e ínfima a tus ojos, el curso frágil de una brizna de hierba en la que reconocemos la fragilidad de nuestro paso. Todo está impreso en el papel pintado, bordado, manchado con las yemas de los dedos. 

Acuarelas bordadas de Karina Beltrán. Lo mismo que palpar con los pies descalzos la tierra que pisas, las luces, el aire.







Créditos de las imágenes: 

1. Leer la piel - 11. 2013. Acuarela e hilos sobre papel. 21,5 x 14 cm.  © Karina Beltrán.
2. Leer la piel - 001. 2014. Acuarela e hilos. 21,5 x 14 cm. © Karina Beltrán.


sábado, 10 de enero de 2015


Muerte y Resurrección de Carlos Rivero




Carlos Rivero ha muerto cien veces, y otras cien ha resucitado. Su pintura ha descendido muy abajo en el lodo, y sus manos se han sentado, cual Lázaro, a la mesa del retorno. Sus pinceles han probado la fruta incendiaria de la alucinación.

Al visitar el estudio del artista o al acudir a sus últimas exposiciones caemos en la cuenta de hasta qué punto su pintura permanece siempre más allá de toda experiencia previsible, pues el caudal del que se nutren sus imágenes mana desde la tierra primitiva de un mundo obsesivo, mágico, tenebroso y oscuro. El pintor es un visionario capaz de traer hasta nuestra mirada imágenes sólo entrevistas en los sueños más imprevistos y angustiosos, o en las páginas de un libro de Gérard de Nerval.

Carlos Rivero o Le Christ aux oliviers.

Carlos Rivero, el pintor visionario, le revenant.

Carlos Rivero, le pecheur de Camaret.

Su pintura no es de este tiempo y, sin embargo, nunca antes un pintor fue tan nuestro como Carlos Rivero. ¿Cuál es, con todo, el tiempo de esta pintura?

De luces y de sombras. La obra de Carlos Rivero no pretende gustar a nadie; huye de la complacencia como aquél que teme la peste. Sus colores, malolientes, terrosos, macilentos, nacidos del vómito de la conciencia, muestran ante nuestros ojos la náusea y la podredumbre de los cuerpos. Pero también insinúan, con su llama doliente, nacida desde el fondo, las luces incandescentes de lo sagrado.

Carlos Rivero no conoce el presente. Su tiempo es otro; su pincel se nutre de otras imágenes. Sus manos modelan la arcilla del pasado; esculpen sobre piedra o trabajan con el barro extrañas figurillas de arcilla. Es el tiempo de los Faraones.




Carlos Rivero rodeado de sus vírgenes locas; sus heroínas, sus quimeras: Jemmy, Sylvie, Isis, Corilla, Octavie, Emilie, Angélique. Vírgenes locas; les filles du feu. Muchachas de cuellos indómitos, enhiestos, entre suspiros de santas y silbidos de sirenas; cabalgando sobre su pintura lo mismo que amazonas salvajes. 

Carlos Rivero, uno de los siete jinetes simbolistas de la pintura española reciente.

Carlos Rivero sabe muy bien lo que se tiene entre manos, aunque nunca sepa, en verdad, por qué sus manos pintan lo que pintan, por qué insisten una y otra vez en trazar personajes al límite de la conciencia, siempre en tránsito entre la presencia y la desaparición.  

Nos acercamos a sus obras como lo haría un ciego conducido por su joven lazarillo. En la pintura de Carlos Rivero hay siempre algo que permanece más allá, en un lugar al que nos ha sido vedado. Su pintura nunca acaba de entregarse por entero a la mirada de quien la contempla. De ahí que su obra posea esa pequeña cosa que fascina y que, a un tiempo, nos inquieta.




[Carlos Rivero, "Muerte y resurrección". BIBLI, C/La Rosa, 79. Santa Cruz de Tenerife - 05 de diciembre 2014 - 24 de enero 2015]