viernes, 22 de marzo de 2013

Desaparece la primera escultura pública 

abstracta de Tenerife    

      


No se sabe muy bien qué es lo que ha ocurrido, pero el caso es que la escultura Armas para la paz (1967) del escultor José Abad, ubicada desde el año 1967 en los jardines de la plaza del barrio de El Cardonal -en el término municipal de La Laguna-, no está en su sitio. Se trata de una obra instalada incluso antes que se levantaran los edificios del propio barrio, en el contexto de un proyecto concebido por el arquitecto Vicente Saavedra. 
El hecho no sólo es escandaloso, sino lamentable, pues esta obra ahora en paradero desconocido era, en rigor, la primera escultura abstracta pública de Tenerife concebida para un espacio urbano. También la primera escultura no conmemorativa que se colocara en un espacio urbano. Y también, claro está, la primera realizada por José Abad para un emplazamiento al aire libre; hecho relevante si se tiene en cuenta que el escultor se ha caracterizado muy especialmente por su obra pública, con una presencia destacada en diversos lugares de Canarias.
Hace dos días fui al barrio de El Cardonal a última hora de la tarde con el própósito de recorrer algunas de las callejuelas de cuando era niño. El barrio conserva, aún hoy, el mismo trajín de bloques de viviendas funcionales, serpenteadas por estrechos pasadizos de juguetonas aceras que, al menos para los que pasamos allí los días de juegos infantiles, poseen, aún hoy, un encanto inusitado. Al llegar a la plaza de la iglesia me sorprendió el verdor triunfante de los penachos de varias palmeras, pero donde debía encontrarse la escultura, ahora sólo asomaban baldosas de plazoleta de barrio.




Era ésta una pieza rara, de formas mediolunares; una escultura de complicadas y abstractas curvas, como si se tratase de sorprendentes cabriolas de metal en movimiento. Armada de rotundas y entreabiertas formas cilíndricas vueltas hacia el cielo y suspendidas por unas pesadas muletas de hierro, la presencia totémica de la escultura de José Abad no pasaba desapercibida por su contraste cromático de rojos, blancos y negros, pero también por esa suerte de primitivismo constructivo que proporcionaba a la obra el ensamblaje de estructuras de hierro -a la manera de grandes manos de playmóvil- procedentes de chatarras y cementerios de elefantes metálicos. 
En cualquier caso, habría que preguntarse cómo ha podido desaparecer del mapa -el propio artista lo ignora- un artefacto de hierro de unas dimensiones tan respetables; a saber, 1.000 X 600 x 300 cm.; que no es poco. (Interrogada a pie de calle, una pareja de transeúntes afirmó que la plaza llevaba varios años con su aspecto actual, y que la escultura "se la fueron llevando poco a poco, algunos hasta con carretilla"; aunque parece algo improbable que estructuras tan pesadas hayan podido ser retiradas sin la ayuda de medios técnicos más sofisticados). En fin, dejemos las pesquisas para quien deba hacerlas, pero lamentamos enormemente la pérdida de esta importante obra, no sólo por su excelencia, sino por tratarse, como  decimos, de la primera obra escultórica no figurativa destinada a un espacio público en Tenerife.




No es la primera vez que desaparece una escultura. Antes ya se habían esfumado, como por arte de magia, varias piezas de María Belén Morales en el Parque Cultural Viera y Clavijo; también, sin ir más lejos, una obra escultórica de Claude Viseux que se encontró ubicada en el exterior del conocido Cuartel San Carlos de Santa Cruz, por citar algunos de los casos significativos. Sin duda, cabría esperar que pronto algún visionario de los negocios proporcione a los visitantes de la isla un recorrido, guiado, por lugares con monumentos inexistentes. 



1. Las tres primeras fotografías se encuentran reproducidas en la página 54 y 55 de la monografía sobre el escultor José Abad publicada en 2000 por la Universidad Carlos III de Madrid, Federico Castro Morales (ed.).

2. La fotografía última fue tomada en el día de ayer, a las 09:00 horas, en el barrio de El Cardonal, y se corresponde con el lugar en el que debía encontrarse la obra de Abad. 



lunes, 18 de marzo de 2013


Carretera abierta



Carretera abierta a esta hora de la tarde en la que desfilan vehículos en retorno.


Como en un éxodo de luciérnagas en fuga, surgen luminarias desde todos los frentes, carretera abajo o arriba, según se piense; de la casa al trabajo o viceversa, en un hormigueo perpetuo de vehículos aferrados a las últimas horas de luz.


Un día igual a otro y, sin embargo, tan diferente. Piensas entonces en el efecto de la niebla sobre la escena; en cómo todas las cosas cobran nuevos matices, nuevas poses ante tu improvisada mirada de conductor entretenido, celoso de su tiempo al volante y dueño al fin de su propio paisaje.


En este tiempo enteramente tuyo, a solas, piensas en las cosas que has dicho durante la jornada; en lo dicho y en lo que no dijiste, pero que hubieses querido decir en el instante oportuno sin que llegases, claro, a pronunciar palabra, porque siempre se dice más de lo que se quiere, o menos, según se piense desde este lado de la carretera o desde el otro.


La densidad de este aire frío que todo lo empaña impide ver el final de la carretera. Hasta que no exista la suficiente distancia, hasta que no se llegue a disipar del todo este paisaje con pétalos de manzano y abejas al fondo, en alguna parte, más allá de donde la mirada alcanza.


domingo, 10 de marzo de 2013

Corazones de Emma





Emma es una niña con muchos corazones: en mi libreta de apuntes ha dejado algunas figuras, dibujadas en ambos márgenes, acaso semi-escondidas entre el aleteo de cientos de páginas escritas. Unos con rostros sonrientes; otros con rostros temibles y oscurecidos por la espesa tinta azul marino de un bolígrafo encontrado sobre una mesa cualquiera. Todos los personajes dibujados por Emma acaban tomando la forma de un corazón, como si se tratase de una querencia innata o de un gesto eminentemente afectivo hacia el mundo que la rodea; un trazo anterior a cualquier gesto estrictamente racional.






Corazones alados, sorprendidos y sorprendentes en su sencillez y en su naturalidad sin fisuras, colgados de los hilillos de cientos de banderillas volanderas. Corazones con formas de globos que tienden hacia lo alto.  A la manera de celestegramas de Saint - Pol - Roux, puentes entre la tierra y el cielo.



Otros corazones parecen estar coronados por simpáticas guirnaldas y divertidas muecas de sonrisas perpetuas, como si más que de meros corazones se tratase de un alucinante desfile de gigantes y cabezudos.



En las últimas hojas de mi libreta descubro que Emma ha dibujado un caracol diminuto que  acompaña a un leve corazón en su travesía por la desierta página en blanco. Mientras asoma tímidamentre las antenas, el caparazón con formas de graciosas espirales podría ser el trazo que dejara un niño en la arena negra de una playa, como si fuesen huellas de gaviotas o el rastro de la trayectoria, mínima, de un crustáceo en su parsimoniosa avanzadilla.