domingo, 2 de octubre de 2011

Sema Castro: el oficio de pintar




[Sema Castro, "Naturphilosophie", Sala Instituto Cabrera Pinto, La Laguna. Hasta el 30 de octubre, 2011. De martes a viernes de 10:00-20:00 h. Sábados, domingos y festivos de 10:00-15:00 h.]


AUNQUE todo parece haber sido dicho, el pintor sigue extrayendo posibilidades infinitas a la misma materia fecundante.

UNA APARICIÓN sobre la tela. Como si su pintura se realizase por sí misma, como si fuera autónoma, como si el creador participara en ella pero no determinara del todo su corpus final. Una forja, pues, debida a una asunción interior en el centro mismo del lienzo o la tabla, con la presencia cómplice, callada, sorprendida y vigilante del pintor.

AUNQUE en sus cuadros se produce una interacción y confusión voluntaria de sustancias, formas, cuerpos y elementos, al pintor no le interesa ninguno de ellos específica ni aisladamente, sino en su vínculo, en la mezcla, en el movimiento que se genera entre ellos. No la presentación fija ni objetiva. No el estado de una parcela del mundo y sus peculiaridades físicas, como el análisis científico y riguroso que pueda hacer un botánico o un biólogo. No el estado de las cosas sino el proceso de esas cosas; no lo que existe ni lo que está en sí mismo, sino más bien el ser y los modos de existencia –dinámicos, cambiantes, impredecibles– de ese ser.

EL PINTOR se reinventa a sí mismo y va demorándose en la creación de nuevas series a partir de pequeños hallazgos; unas incursiones que servirán de avanzadilla para el cambio, hacia esa otra región en la que encontrará la impronta de un nuevo color, la profundidad de una nueva pincelada o los perfiles ignotos de una nueva figura que, quizás, habrán de obsesionarle hasta el paroxismo.

EL PROCESO en libertad, sin coacciones; el desprendimiento de cualquier pauta o instrucción cognoscible autoimpuesta: algunos secretos de la pintura de Sema Castro.


["Fronda", óleo sobre tabla, 150 x 122 cm., 2006. Colección TEA Tenerife Espacio de las Artes.]


EN LA PINTURA Las flores lisérgicas, en El perro de Rufino y en algunas producciones más actuales, se atisba un bestiario mágico y sorprendente por el que desfilan seres nunca antes imaginados, en continuo cambio y metamorfosis. Y los animales; y los pliegues, repliegues y ondulaciones de hojas, flores y ramas; y la tersura de las materias; y la minuciosidad del detalle; y la lejanía del horizonte. Todo lo que parece ser se funde en un instante, se transmuta en una convulsión de color próxima al destello de una llama, al borbotar del agua y, sorprendentemente, a la diafanidad cegadora del aire.

ENMUDECIDOS por la sorpresa de contemplar trazos de colores vivos sobre la tabla y, otras veces, mixturas de tonalidades metálicas que se disipan y se funden en nebulosas y mundos nunca antes imaginados, como la estela que dejara en el aire la cola ígnea de un cometa en fuga o en precipitado descenso.

LO IMPREVISTO E IMPRECISO, lo incontrolado e informe de la mancha inicial, toma cuerpo como una manifestación de la necesidad, quizás por la perfecta cooperación de lo consciente y lo inconsciente, o tal vez porque el artista ha de trabajar como la caprichosa Naturaleza: sin objetivos ni significados previos, como una válvula de escape, como un sifón que vierte por su espita una combustión de energía, como un imaginario infantil que desbaratara el mundo conocido y lo recompusiera siguiendo los impulsos y las relaciones más aleatorias.

CONTEMPLANDO sus trabajos, no es ocioso volver sobre la cuestión del automatismo. Cercano, en ocasiones, a la pintura de Roberto Matta de finales de los años treinta o a las frenéticas constelaciones que se dan cita en algunas obras de André Masson, la obra de Sema Castro evidencia la versatilidad y destreza del pintor en el uso disipado, ágil, en cierto modo derrochador, natural y sinuoso de los materiales. El pintor da rienda suelta a la descarga nerviosa de su mano durante las extenuantes sesiones de trabajo a las que se somete. Su pulso preciso y vertiginoso, su pincelada siempre abundante, desembocan, al fin, en una pintura de múltiples evocaciones en la que espontaneidad, concentración y técnica hacen posible el milagro de la pintura.

CUÁNTAS VECES, plantados sobre una de sus pinturas, nos hemos formulado la misma pregunta: ¿cómo ha logrado representar sobre la tabla semejante apoteosis en una pintura que atrae por su lirismo pero que, en ciertos momentos, desconcierta por la extrañeza de formas y colores, por su exuberancia?


["Interior cósmico", Óleo sobre tabla, 13 x 30, 2006. Colección particular.]


PARA EL PINTOR, su oficio supone establecer un diálogo con lo que está por llegar, es decir, con una suerte de inminencia connatural al acto mismo de la creación y a la que el propio pintor, en primera instancia, no puede dar respuesta. Pintar se convierte, entonces, en un ejercicio de apertura en el que se elude cualquier consideración preestablecida, dando un salto hacia otros conceptos, formas, motivos, medidas y proporciones. La primera contemplación de óleos como Paisaje de la fortuna (2007), Tierra (2007) o Hilo conductor (2007) resulta, para el espectador, incómoda o desconcertante, quizás porque nunca antes tuvo la oportunidad de presenciar, en un presente absoluto, en un instante mágico, la simultaneidad entre lo más insignificante –la vida menor, imperceptible, casi microscópica– y las dimensiones imprecisas e inimaginables de un cosmos. Pero esa misma extrañeza también hizo mella en el pintor que las concibió.


["Tierra", óleo sobre madera, 42 x 50 cm., 2007. Colección particular.]


ANTE San Jorge devorado no podemos más que quedar presos de una fuerte conmoción interior. Nada más alejado del horizonte de expectativas que ofrece la leyenda. Nada más impensable para quien tenga, en la retina, algunas de las muchas representaciones artísticas del héroe y el dragón. No se trata de una contrafacta paródica, por supuesto, pero sí de una versión pictórica que consigue reescribir, con tintes de desencanto y fracaso, una historia consabida de rutilante hazaña heróica. El adversario, el caos, la enfermedad, el vicio, la muerte: todo lo que podía representar simbólicamente el dragón consigue renovarse en esta obra, y aparecer triunfante junto a las vísceras y la sangre, aún calientes, del héroe devorado. La imagen final es sobrecogedora por el desagradable entrelazamiento del animal asesino y el cuerpo desollado de San Jorge, por el rojo intenso de la sangre y por una repentina manifestación espiritual, una revelación sobrenatural que, desde el fondo, lucha por abrirse paso en el cuadro.

UN PUNTO de fuga hacia el eterno cambio de las formas, como un mundo en formación y en movimientos constantes hacia su eterna indefinición. Como Saint-Pol-Roux, que esperaba encontrar en el movimiento eterno de las mareas una nueva fuente de energía espiritual.

AFLUENTES, galerías, pasajes que se unen o disipan, a la manera de un cordón umbilical que sobre sí mismo se enreda en una danza irrenunciable. ¿Qué incierto escenario de sombrías imágenes abre ante nuestra mirada el telón de Ucello de las rocas (2000)? Se diría que esferas expulsadas en propulsión o globos o planetas afloran desde los márgenes de la pintura. Prismas de color, como cuando, de niños, contemplábamos con admiración los espejismos fascinantes de los caleidoscopios.

¿CUÁL PUEDE SER el motivo que le lleve a trabajar por series o etapas que se cierran? ¿Se trata de una forma de disciplina autoimpuesta por el propio pintor o de una inmanencia que está ahí mientras persista una obsesión que ronde y asedie el pensamiento? ¿Por qué razón le resulta imposible volver, más tarde, al tempus en el que compuso una determinada serie, al orden de cosas que le permitió, en un momento dado, alcanzar el cenit –por su composición, por el sentido poético que irradia, por el perfecto destello y contraste de los colores, por el dominio técnico– de lo pictórico?

EN ALGUNAS DE ESTAS OBRAS se percibe la misma fuerza atlántica de Néstor de la Torre; en otras, nos acoge una atmósfera que recuerda el jardín de flores desde el que Polifemo contempla a Galatea, en un conocido cuadro de Odilon Redon; otras veces, sin embargo, lo uno y lo otro parecen pasar por el tamiz de la experiencia gestual de las morfologías psicológicas de Roberto Matta y su vertiginosa apertura de la obra hacia el descubrimiento de nuevas dimensiones picturales. Tradición y actualidad se reconcilian en la obra de Sema Castro.

EN LA PINTURA sobre tabla, Lujo, calma y voluptuosidad, asistimos a la aparición de una escenografía en la que resulta difícil discernir algo concreto. Un enorme racimo de uvas o de perlas o de pequeños huevos pende en un espacio de extrañas luminiscencias celestes, como si asistiésemos a la anunciación de una aurora boreal. Sí, eso es, una expansión de materia multiforme que ondula, que dibuja círculos perfectos o que tiende a replegarse en sí misma: la pequeña gota de tiempo que Sema Castro consigue depositar en sus cuadros, de ese tiempo que nunca se detiene, y en el que, aunque imperceptiblemente, nada permanece inalterable. Las irisaciones metálicas y frías del azul y el nácar –tal vez un lago, tal vez la línea del horizonte o el atisbo del infinito– conviven con la calidez de los amarillos y rojos burdeos. ¿Una escena del origen o una puerta abierta hacia la isla de las maldiciones?


["Venus a su manera fascinada", óleo sobre tabla, 83 x 122 cm., 2006, Colección TEA Tenerife Espacio de las Artes]


SEDIMIENTOS, estratos geológicos. Erupciones. Superficies fósiles como islas calcáreas o vestigios de viejos continentes naufragados. Glaciares de colores fríos aparecen, de súbito, en medio de una tempestad de insectos melíferos y libélulas color naranja.

EN EL CASO DE Fronda, la pincelada se sume en un magnífico esparcimiento vegetal sobre la tela, en el que llama la atención, primero, la tonalidad blanquecina y nacarada predominante, y, en segundo lugar, la disposición tan dinámica e ingrávida de tallos y hojas, que parecen imitar el dibujo ondulante, perfecto y rápido, bellísimo, que deja en el aire la cinta de una gimnasta. En ambos aspectos radica su naturaleza inverosímil. También llama nuestra atención su majestuosidad y languidez, pues desconocemos el jardín misterioso en el que anida esta planta o singular arbusto; o simplemente porque no es posible dirimir si esta Fronda es un producto terrenal, marino, aéreo o, mejor, nace en el centro mismo del mundo de los sueños.

UN MUNDO de inesperados meteoros y de átomos en composición o descomposición. Si en algo ha de parecerse el origen y el fin es en el desorden reinante de la materia y en su imparable mutación.

ES IMPOSIBLE escribir sobre la pintura de Sema Castro y obviar el predominio de formas orgánicas, circulares, que parecen flotar en continuas gravitaciones, en apoteosis de formas vegetales que luchan por superar la contención y se precipitan al desbordamiento mismo de sus centros de gravedad. En El jardín de Odilón (2006) o en Venus a su manera fascinada (2006), lo cósmico, además, se entremezcla con escenarios que recuerdan formidables espacios naturales del comienzo de los tiempos, allí donde la pregunta por el origen de la vida aparece ligada, irremediablemente, al origen del universo. Así sucede, por ejemplo, en el óleo sobre tabla de pequeño formato El oro (2006), donde confluyen los espacios siderales y las formas biomórficas, ambos desplegados en un escenario en permanente transmutación. En el centro del cuadro, un extraño orificio deja entrever la luz del otro lado de la pintura, mientras cae una lluvia dorada, extremadamente fina y delicada, como “un rayo de luz filtrado bajo la puerta mal cerrada de lo desconocido”, para decirlo con palabras de Théophile Gautier.

SIN DUDA, Sema Castro ha creado un universo pictórico perfectamente reconocible, propio y exclusivo. Un universo que ya fue desde hace años, que es en las series actuales y que, muy probablemente, seguirá visitando, recreando y ofreciendo a los ojos del espectador en trabajos muy posteriores. Son escasos los cambios. Hablaremos, mejor, de leves modulaciones en este oficio de pintar. Como variaciones musicales sobre un mismo tema.