martes, 30 de agosto de 2011



30 de agosto








Día de sol pleno, y esa nubecilla colgada en los celajes altos como un punto de fuga en el paisaje. Un agujero blanco o una leve pelusa sobre tus párpados; el humo de alguna hoguera de cenizas blancas como sábanas al viento, o la sombra de un ángel, se diría, o su huella, o el resto de algún plumaje, ya disperso, condenado a desaparecer en el fulgor de este día sin tregua.





Un día de sol pleno, idéntico y tan distinto a otros días; grande como una página en blanco que debe ser escrita. Parece no acabar nunca esta carretera que va marcando con sus líneas un camino imprevisto, mientras repasas mentalmente algunas de tus conversaciones de hoy, algunos rostros, un puñado de imágenes o fragmentos, lo mismo que meras fotografías.





Piensas que ya has vivido este momento varis veces, aunque no aciertas a saberlo exactamente. Miras este día azul pleno como el sol de la infancia para lavar la vista/ en el ojo saltado del vacío. (B. Noël)











jueves, 25 de agosto de 2011

La fobia cíclica








Saber hacer un buen café no es cosa fácil; tampoco lo es conocer un buen sitio para tomar café. Es toda una disciplina; todo un arte, se diría. Y aquél que conoce un lugar apartado donde tomarlo, pasa a ser el mejor guardador de secretos. Imprescindible alimento para el ánimo madrugador, un buen café abre horizontes insospechados en la rutina diaria y nos presenta buenas espectativas para la nueva jornada. Tomar café es tanto síntoma de inteligencia como de pertenecer a los tiempos actuales; y el gesto de empuñar una taza no es sólo una tradición sino toda una vanguardia.

Visionario y viajero, el poeta Victor Hugo dedicaba gran parte de su tiempo a dibujar con los materiales más diversos, haciendo aparecer con el lápiz o la acuarela, una y otra vez, prodigiosas imágenes sobre el papel a través de la mezcla de la tinta con carbón o café, y dejándose llevar por los caminos que le marcaba la intuición de su pupila.

Severo Sarduy confesaba haber frecuentado durante casi veinte años el café Flora, en un obsesivo ritual de ceremonias ininterrumpidas, como una suerte de fobia cíclica que alimentaba la pulsión de su escritura y de su pintura. Su exilio encontraba en el ritual de la repetición constante una manera de estar en el mundo: obsesiones, rituales, escrituras, manías y maneras que dotaban a su quehacer diario de un sentido único e irisaban las pequeñas cosas de un significado que trasciende la mera rutina. Pintar la misma pintura; reescribir el mismo texto, tomar el mismo café, como de costumbre.



martes, 23 de agosto de 2011



Tarde de martes








Tarde de martes, sin pena ni gloria, frente a la pantalla del ordenador. Y el silencio del pasillo de las oficinas, en el museo, a medio camino entre la ligereza del cristal y la dureza del hormigón; el silencio sólo interrrumpido por el tránsito repentino de algún que otro guardia de seguridad que hace la ronda. Pasan y dejan ver que pasan; se dejan ver, se diría, quizás para que no los eches en falta en la duración de esta tarde de martes, en pleno agosto. Tras los pequeños rectángulos de cristal que perforan los muros del edificio, puedo ver las hojas puntiagudas de unas palmeras que el aire balancea ligeramente, como si se tratara de la secuencia de una escena que acontece en otra parte ajena por completo a ti. Y a un lado y al otro de la mesa, lápices de colores, varios papeles con números de teléfonos anotados en los márgenes, un pequeño almanaque con la publicidad de la pirotecnia San Miguel, varios libros amontonados, más libros que esperan recuperar su hueco entre los anaqueles, alguna que otra caja con folletos dentro, una agenda, varios estuches de CD, un viejo gramófono portátil que funciona malamente, un diccionario que nadie consulta, un bote de miel a media asta, más libros... y otras cosas que me acompañan en esta hora en la que ya casi cae la noche.



sábado, 20 de agosto de 2011

La ausencia de dios




Leo en algún periódico de la prensa nacional que "más de ochocientos ochenta peregrinos tuvieron que ser atendidos por los servicios médicos" a causa de lipotimias y mareos, durante uno de los discursos del Papa en su viaje a Madrid. ¡Vaya por dios! Habría que reflexionar sobre la retórica de este tipo de manifestaciones multitudinarias, sobre la tramoya del espectáculo neobarroco que la Iglesia ha montado en plena capital de un país que en 1978 se eligió "aconfesional" o "laico", y en el que, ya en pleno siglo XXI este tipo de autos para la fe parece cosa de otros tiempos. Los que han acudido a esta bendición representan sólo una una pequeña parte del censo de "jóvenes" de nuestro país, aunque el seguimiento realizado por los medios y el tratamiento de la noticia sea, en ocasiones, tan desproporcionada que alguien podría pensar que los adolescentes de todo el país han acudido en tropel a santificarse y redimir sus pecados, los antiguos y los nuevos; algunos nuevos habrá -o estarán en fase de admisión- con la llegada de la era digital.

Desde luego, si el bueno de Jesucristo levantara la cabeza, seguramente sí que sufriría una lipotimia -y algún que otro mareo-, al comprobar semejante tergiversación de su legado de caridad, modestia y pobreza. Y es que, no hay sino que hojear la prensa o echar una simple ojeada a los acontecimientos de estos días para caer en la cuenta de que la ostentación y la pompa han marcado, en este caso, la diferencia. Y así, el lujo y la vanidad extrema de la Iglesia, como su pretensión de marcar los pasos por los que ha de seguir la vida pública -y hasta la más íntima y privada- de todos, contrasta con el sentido de las palabras y con el mensaje de caridad que pretende difundir y hacer llegar a las personas allí reunidas.

Por eso, mientras algunos leen con atención y a pie juntillas las cartillas aleccionadoras del amor cristiano, yo prefiero releer, una vez más, la décimotercera poesía vertical del argentino Roberto Juarroz:



La ausencia de dios me fortifica.

Puedo invocar mejor su ausencia

que si invocara su presencia.



El silencio de dios

me deja hablar.

Sin su mudez

yo no hubiese aprendido a decir nada.



Así en cambio

pongo cada palabra

en un punto del silencio de dios,

en un fragmento de su ausencia.



[Roberto Juarroz, Décimotercera poesía vertical, Pre-textos/Poesía, Valencia, 1994, pág. 37]

jueves, 18 de agosto de 2011

Carretera abajo












Al volver a casa, por la autopista del sur, piensas en el tiempo que pasas al volante entre una carretera y otra, entre un destino y otro, entre un lugar y otro. Aguzas la percepción para que nada de lo que sucede a tu alrededor se te escape, y te entretienes en repasar casi de memoria algunas escenas de la jornada, mientras te aferras más y más al volante. Visiones del vértigo. Gigantes, molinos de viento al conducir en retirada por la autopista del sur. Alta tensión la de mis pupilas inflamadas.





Ahora que la niña se ha quedado dormida aprovechas para poner la música de Air Waves. Una escritura –piensas– que posea esa extraña virtud melódica de arrastrarnos hacia un lugar fuera del tiempo cotidiano de los relojes.





Alta tensión la de esta tarde de color azul plomizo, mientras buscas el sosiego, el cobijo de una nube en lo alto.









Te deslizas llevado por la inercia de un motor en marcha, como quien escribe sobre las hojas de un cuaderno a rayas sin prestar atención a la caligrafía que dibuja la tinta sobre el papel.





A todo gas las palabras se esfuman más despacio; mientras las ruedas del vehículo giran y giran en tu cabeza revolotean unos versos caprichosos de la canción Le temps des cerises, en la versión de Patrick Bruel. Todo por constatar que vivimos en un mundo lleno de contradicciones.





El vehículo se desliza cada vez más deprisa, carretera abajo. La sensación que produce la inercia es lo más parecido a un punto de fuga por el que escapar irrenunciablemente. Algo así como una espiral en marcha o una puerta abierta en el tronco de un árbol, como en el cuento de Alicia.









Las montañas, a esta hora incierta en la que ya casi cae la noche, toman la forma de un gigantesco animal dormido.





Luces encendidas en casas lejanas. Pueblos, plazas, calles que son sólo líneas de luz, como cuando crees despertar de un sueño y las imágenes van poco a poco apagándose en tu cabeza.