domingo, 24 de octubre de 2010

Jacques Hérold en Marsella (y II)



Jacques Hérold, figura en contradicción dialéctica: entre el dinamismo y la detención, entre la inmediatez inapresable y la fría dulzura de la inmovilidad, su pintura.

Figuras heráldicas de Jacques Hérold: cristalizaciones, derrames arsénicos, emanaciones fosforescentes, grutas de deseo.



Jacques Hérold, dios menor del Surrealismo.

Ojos colosales que ven más de lo que ven los ojos. Figuras de seres mitológicos, figuras cósmicas, apariciones.

Jacques Hérold, he venido para beber de la savia de tus arterias vegetales, para bailar en la casa de cristal, para tallar tu nombre sobre cientos de cabezas inverosímiles pero ciertas al alba.



Sus dibujos, hasta ahora buena parte de ellos desconocidos, guardados durante años por su hija Delphine en cajas y armarios silenciosos. Muebles que escondían en su vientre, casi sin saberlo, la maravilla heráldica del lector de las águilas; protegían al inquilino de la casa de cristal.

Cavidades donde aguarda el germen de la noche. Piel de un mundo construido por filamentos de naufragios, moluscos innombrables, noches polares.

Jacques Hérold explora el cuerpo fragmentado, desgarrado y despellejado para revelar los compartimentos más secretos. Todo se resuelve en vísceras y elementos carnosos con apariencia de vasos y glándulas; masas informes que confirman el desgarro de las figuras, cristalizaciones que subrayan la petrificación de los músculos de toda materia.

La densidad del espacio, la densidad del tiempo, la densidad de la memoria.

El tiempo pausado en el carácter; el pulso nervioso en la mano que dibuja.



En estos términos describía Jacques Hérold su versión escultórica del hombre futuro: «El sol, la luna, en la cabeza una perspectiva de cristales, una mano ardiendo, la otra sosteniendo una plomada al revés, signo de la anti-gravitación, el vientre hueco, con un espejo en el que se ve todo pequeño y al revés, y junto a él su alimento: los dos hemisferios como huevos en un plato». Le grand transparent , escultura realizada por Jacques Hérold en 1947 es una pieza clave dentro de la trayectoria del artista de origen rumano. Su presencia resulta cuanto menos enigmática al observador, no sólo por la fijeza y el acabado anguloso y frígido; también por la cosificación del personaje, su identidad oculta y su inexpresividad; también, en fin, por su insobornable distanciamiento. La figura de El Gran Transparente, abre el camino hacia una nueva mitología.



La obsesión por adentrarse en la interioridad de personajes y cosas lleva a Jacques Hérold a la búsqueda de seres transparentes, tan delicados como traslúcidos, sostenidos o visibles mediante tan sólo un haz de líneas. Después de arrancarles la piel surge de ellos una estructura íntima, una suerte de trazado vital que al tiempo que une disocia, dado que bajo cualquier conexión existe siempre un intervalo, una fisura o una distancia. ¿Qué buscaba con esa práctica quirúrgica, con ese despreciar lo visible y querer dar luz a lo no-visible?

Jacques Hérold subraya: «Quise que mi pintura fuera la invasión del cuerpo por una sustancia sólida y a la vez líquida, cristalina, luminosa, extrañamente sutil, el oro potable, el elixir de los alquimistas» .



Llega el momento de las cristalizaciones, cuando los músculos se contraen y tensan de tal modo que devienen piedras. La inmovilidad, cual mirada de Medusa, se extiende por todo el cuerpo. La petrificación es ahora total. Surgen las formas angulosas de los prismas y los poliedros. Los personajes, como El gran transparente, están solos y mudos; no pueden ya ofrecer resistencia. El frío se adueña de ellos.



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Imágenes:
1. Jacques Hérold en 1941.
2. Le jour, la nuit, Marsella, 1942.
3. Crystal amoureux, 1934.
4. Vista de la exposición Jacques Hérold et le surréalisme (1910-1987).
5. Le grand transparent, 1947.
6. Delphine Hérold oculta tras Le grand transparent en la inauguración de la muestra.
7. L'air s'adoucit, 1957.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Jacques Hérold en Marsella (I)




Hoy se inaugura una importante muestra sobre la obra del pintor Jacques Hérold. Una noticia sin precedentes para los que seguimos de cerca los movimientos del Surrealismo; sin precedentes, digo, porque ha hecho falta demasiado tiempo para que alguno de centros incluidos en la RMN de Francia cayera en la cuenta del inexplicable olvido y preparase una retrospectiva de sus años de creación más intensos -sus "cristalizaciones", sus "cabezas", sus pinceles imitando el movimiento de "La lectrice de l'aigle".
No es azaroso el hecho de que sea esta ciudad, y no otra, la que haya tomado la iniciativa, rescatando uno de los pintores surrealistas de mayor interés (al menos para el que estas breves notas escribe). Jacques Hérold fue uno de los artistas que estuvo en Marsella, entre 1940 y 1941, con la idea de embarcar hacia el exilio americano. La villa marsellesa de Air-Bel, sede del “Comité Americano de Ayuda a los Intelectuales” dirigido por Varian Fry, y albergue de acogida de André Breton y los suyos, fue el lugar de reunión de muchos artistas y escritores –Victor Brauner, Óscar Domínguez, Max Ernst, Jacques Hérold, Wifredo Lam, André Massons, Benjamin Péret, René Char, entre otros– en espera de obtener el permiso para abandonar el territorio francés. En ese tiempo angustioso y detenido de la espera, los surrealistas allí reunidos confían el paso de las horas al entretenimiento del juego colectivo: de entre los muchos ejemplos de dibujos y juegos colectivos que aún se conservan, el más célebre por su importancia es el Juego de Marsella, tal y como lo denominara Breton en un texto publicado poco después en la revista VVV con ocasión de su muestra en el Museum of Modern Art de New York. Se trata de un juego de cartas surrealista que habría de jubilar sus emblemas habituales –los corazones, rombos, picos y tréboles– para sustituirlos por el ideario mismo del Movimiento Surrealista: el Amor, el Sueño, la Revolución y el Conocimiento. Jacques Hérold relata aquella escena:

Lo echamos a suerte. Los nombres se habían puesto en un sombrero, y cada uno tomó dos papeles. Cuando pienso en ello, caigo en la cuenta de que hubo una especie de predestinación. Así, Brauner, cuyo mundo es el de los médiums, sacó a Hegel y Helene Smith; Breton sacó a Paracelso y dibujó la cerradura del Conocimiento, ¿no es curioso? El Sueño se lo repartieron Domínguez y Lam. Max Ernst se encargó de Pancho Villa y del as del Amor. A mí me tocó Sade y Lamiel, la Rueda de la Revolución la dibujó Jacqueline Lamba; en cuanto a Masson, hizo la Religiosa Portuguesa y Novalis.



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Imagen: Fachada del Museo Cantini de Marsella con el cartel anunciador de la muestra Jacques Hérold et le surréalisme. Imagen tomada esta misma tarde, a eso de las 19:00.