sábado, 20 de junio de 2009

El Arte de Coleccionar


Sábado por la tarde. En casa de Ignacio, varios niños juegan a recoger conchas de caracol de entre los húmedos jardines, para luego depositarlas en vasos plásticos de cumpleaños. Después, junto al naranjo, intercambian entre sí algunos ejemplares, no sin discusión y sobresalto, como si se tratase de un asunto de vital importancia. En una marcha lenta, esforzada y babosa algunos caracoles intentan reducir la distancia que les separa de la superficie del vaso. La espiral de sus conchas es demasiada hermosa; un objeto perfecto para el culto; un fetiche perfecto para aquél que sepa fijar la mirada en las cosas pequeñas. La escena se repite una y otra vez, en espiral. (Ya casi había olvidado que, en otro tiempo, acaso yo también tuve una afición semejante, como pequeño coleccionista de objetos naturales.) Caigo en la cuenta, entonces, de que la crueldad de estos niños está motivada por una suerte de coleccionismo en estado primario.

Hay coleccionista para todo.

Las posibilidades de satisfacer los deseos de un coleccionista son innumerables.

El deseo de poseer alguna cosa como resultado de una obsesión.

La cosa menos pensada, coleccionada.

La casualidad de hallar la pieza que nos falta para completar una serie –o para pensar que la completamos definitivamente con ese objeto–, es sólo el resultado de un proceso de coincidencias más o menos provocadas.

Coleccionar corchos de buenos vinos. Escribir sobre el corcho unos nombres, la cita, el lugar exacto en el que fue apurada la botella. Recordar, al cabo de los años, esa cita, esos nombres, ese lugar.

Escucho una tertulia nocturna, en la radio. Alguien dice: no se puede entrar allí como elefante en cacharrería.

Con las cosas de coleccionar no se juega.

Estupendo el ejemplo escogido por María Moliner, en su diccionario, para el verbo "coleccionar", en su segunda acepción: 'Cúmulo. Gran número de ciertas cosas: Dijo una colección de disparates. Tiene una colección de sobrinos'.

"Breton, tras comprar una pintura que amaba, la conservaba durante la noche aferrada a su mano, junto a su cama". [Julien Gracq]

El coleccionista es un creador compulsivo. Su pasión estriba en regodearse, placenteramente, en las cosas que inspiran su deseo. El coleccionista, guiado por un horror vacui fetichista, reúne, junta, recolecta, mezcla, amontona, consigue, compra, adquiere, enumera, florilegia y clasifica. Éstas son algunas de las claves de su jerga. Con todo, aunque parezca inverosímil, el coleccionista huye de lo colectivo; su pasión se nutre de un deseo de posesión insaciable que se erige en uno de los más altos ejemplos del individualismo.

El coleccionista de tarjetas postales; el de marcapáginas y papeletas electorales. El coleccionista de cromos. El numismático. El coleccionista de llaveros con estrellitas; el de zapatillas de andar por casa. El coleccionista de arte contemporáneo. El coleccionista de piedras de colores de Roque Bermejo y el coleccionista de conchas de playa. El coleccionista a secas. El coleccionista de soldaditos. El coleccionista. El coleccionista de conchas de caracol.

Coleccionar es el acto de posesión por excelencia, de posesión en serie.

martes, 16 de junio de 2009

Las crestas de Tafada



Como un jardín cerrado para muchos o un paraíso abierto para pocos, la cordillera de Anaga, misteriosa y jurásica. En las cimas del pueblo de Chamorga, al Este, el viejo caserío de Tafada. Desde aquí todo queda envuelto por un azul vertiginoso que incita la presencia constante del mar, la plenitud de los celajes.


Junio. Camino entre peñascos. Al Este, donde podría esconderme -si quisiera- para que no me hallaras, laderas rocosas se levantan como gigantes antiguos e indolentes. Vientos inmisericordes peinan con fuerza crestas de barrancos y lomadas, y conducen boca arriba un aire denso por entre los despeñaderos, precipitándose sobre todas las cosas y en todas direcciones, como dando voces e invitando a la caída libre.


Es ésta la región en la que, dicen, florece el tajinaste blanco. Ofrenda a una montaña fecundada cien veces, erguido hacia unos cielos transparentes, abiertos, el tajinaste blanco con su penacho de flores de espuma. Una tropa de insectos diminutos llega para libar de su néctar, de su savia, de su lengua.

sábado, 13 de junio de 2009

Elogio de la pausa


Para ti, tranquilidad nocturna, conticinio espectral, vigilia de las cuatro de la mañana, madrugada serena, es mi saludo específicamente militar. Sólo para ti, esquina solariega, tarde de domingo, minutos del café, sala de espera del dentista, bostezo canino, parada del tranvía a media tarde con caramelo en la boca, es mi gesto de camarada sin condiciones.

Para ti, pausa clemente, es este elogio fraternal, porque tienes la habilidad de devolver la reflexión a nuestras vidas; porque multiplicas los índices de audiencia de las tertulias radiofónicas; porque nos dejas un resquicio de esperanza para recordar el olor de las ciruelas maduras, saludar con la mano en alto a las balandras que se alejan, regodearnos en el sabor a carmín de unos labios tiernos.

Para ti, pausa venida y pausa por venir, vayan, hoy, todos los elogios.

martes, 9 de junio de 2009

Dulce Varsoviana

Juan Manuel Bonet, Polonia-Noche.
Serie Maior, Fundación Mainel, Valencia, 2009.

Sobre mi escritorio, un libro que brilla con luz propia: Polonia-noche, de Juan Manuel Bonet.
Bien está que el viajero del Este necesitado de buenos consejos tome este librito en cuenta como guía varsoviana, recorriendo bosques y ciudades en compañía de sus notas simbolistas y jardines de otoño. La dedicatoria inicial de Polonia-noche –a su mujer Moniki, originaria de Galitzia– desvela el porqué de la familiaridad de Bonet con aquel país de Centroeuropa y con aquella región, tan presente en sus conversaciones y por la que profesa una sentida y antigua admiración. No en vano, en 1994 nos ofreció su primera entrega de poemas del Este: Praga. Doce poemas de Pavel Hrádock.
Tal y como señala Guillermo Gómez-Ferrer en el prólogo a este poemario editado cuidadosamente por la Fundación Mainel, a Juan Manuel Bonet le debemos muchas cosas, pues “la geografía del arte contemporáneo no sería hoy la que es sin su trabajo y, lo que es más importante, sin su mirada. Una mirada que no sería posible sin conocimiento, curiosidad intelectual y capacidad poética”. Pero también le debemos otras muchas. Y es que, aunque la imagen del crítico y comisario de exposiciones eclipse, en ocasiones, a la del poeta, Bonet nunca ha dejado de escribir poesía, y así esperamos ver pronto reunidos en un único tomo todos sus cuadernos: La patria oscura (1983); Café des exilés (1990), Praga (1994), Postales (2004) y el dietario de formas breves La ronda de los días (1990), extraordinarias notas de viaje de páginas ciertamente reveladoras.
Introducido por un sugerente dibujo de cubierta de Miguel Galano, Polonia-noche es una suerte de cartografía poética de lugares domésticos, paisajes cotidianos, escenas sencillas, esquinas por las que parece no pasar el tiempo, un canal entre hojas muertas por el que se desliza con alevosía el cielo de octubre y que el autor recorre a sabiendas de que otras voces lejanas a la suya lo recorrieron antes, al igual que frecuentaron los mismos cafés simbolistas. Todo cobra vida en medio de una luz declinante y casi irreal; todo permanece encendido en estas estampas varsovianas, como las últimas ascuas se resisten en medio de la oscuridad.
El tiempo de esta Polonia crepuscular de la que nos habla Bonet pertenece a otro tiempo: su mirada se detiene en la evocación de escenas melancólicas, en el suave vuelo de un ave sobre el cielo de octubre, en “las pausadas charlas”, en el repiqueteo del pájaro carpintero o en la contemplación del dibujo que trazan unos patos silvestres mientras se alejan en la tarde polonesa. Cosas sencillas que la retina retiene en su mirar contemplativo, como si el viajero tratase de conservar en la memoria una música compuesta de leves notas, una imagen hecha de ligeras pinceladas, delicuescentes y frágiles como palabras escritas en el agua verdosa de un estanque en Turtul. Imagino a Bonet recorriendo las librerías de viejo de Cracovia, arrodillado bajo una columna interminable de viejos tomos como quien se abalanza sobre una montaña de piedras preciosas, disfrutando como un niño grande –así lo llamó una vez una amiga común– de esa atalaya de papel.
Imagino también a ese niño del trineo que se desliza por calles dormidas. Así, Polonia-noche; ese mundo retenido por la mirada y hecho miniatura en los versos de este cuaderno de poemas –cual “estrellas lámparas” o “relojes-luna”– mientras la luz crepuscular en Nieborów peina las estanterías de una biblioteca color cerezo.

Un poema que diga el dibujo
que trazan unos patos, solos
sobre un gran estanque, perdido
en los confines de Polonia.
Poema que muy sencillamente
dice ese dibujo, años des-
pués, recordado así en la tarde
más tranquila que imaginarte
puedas, con restos de tormenta
marchando hacia el Este, y sol
entre las hojas tan mojadas,
y olores que despiertan lentos.


miércoles, 3 de junio de 2009



Abecedarios del Aprendiz





APRENDER a escribir sobre un cuaderno virtual como éste, como quien introduce pequeños pergaminos en una botella para, más tarde, arrojarlos al mar.



AH, mis pinceles, olvidados en cajones y gavetas. Por aquí y por allá me los voy tropezando cuando busco un cuaderno o persigo el rastro innominado de un insecto nocturno que se ha colado en mi escritorio. Ellos, mis pinceles, son la muestra palpable del desorden. Cada vez que me tropiezo con uno de ellos, tengo la impresión de tropezar con una página no escrita o con un cartón jamás pintado. Ellos están ahí para recordarte lo mucho que falta por hacer y todo aquello que jamás escribiste o pintaste; ese mundo de colores que, sin querer, se nos va poco a poco esfumando entre las manos.


AFORISMO: el arte de permanecer en silencio.


AFORISMO: forma de expresión poética. Su método es la aproximación por interrogantes, no por respuestas.


ÁRBOL DE JUNIO, he esperado desde hace meses a que aparezcan de nuevo sus brotes verdes. He removido sus hojas muertas y enderezado sus ramas. He vigilado, con atención, el despertar impaciente de sus yemas, como la música que precede al poema aún no escrito.


A VECES el silencio se instala lentamente sobre el escritorio, y poco a poco va apoderándose de todo lo que toca, sin nombrarlo, hasta que consigue desactivar los resortes del decir.


AZUL. Siempre hay una franja azul por la que escapar. Como en los lienzos de Barnett Newman, los horizontes verticales.


AL FIN, la mañana de junio. La isla, al fondo, coronando el paisaje atlántico con una hermosa quietud, mientras el sol se levanta, despacio, a sus espaldas, y va cambiando de color toda la escena: violetas, naranjas luminosos que duran sólo unos minutos en su carrera veloz hacia la superficie de los celajes. El mar, en calma, invita a la travesía.